Y no, no es que piense reabrir el debate -nunca cerrado- sobre el carácter científico de la economía y sobre hasta que punto dicha cientificidad es equiparable a la de las ciencias «duras» como la físcia, las matemáticas, la química,… La cuestión es que, una año más, preparando mis clases de Planificación Fiscal y Fiscalidad Internacional en la Universidad, he vuelto a recordar un ejemplo paradigmático sobre como tomarse muy en serio el carácter científico de nuestra disciplina puede ser perjudicial para la salud de la economía. 

Una referencia básica -diría que esencial- para los economistas que enseñamos sobre planificación fiscal es el libro Taxes and Business Strategy: A Planning Approach de Myron S. Scholes; Mark A. Wolfson; Merle M. Erickson; Edward L. Maydew; Terrence J. Shevlin (5ª ed. 2014),  1ªed. de 1992.  Uno de los autores, Myron S. Scholes, recibió ni mas ni menos que el Premio Nobel de Economía en 1997, compartido con Robert C. Merton, por su modelo para calcular el precio de los derivados financieros. Este fue una de esos avances «científicos» que justifican tan magno reconocimiento pero, lo que quizás no todo el mundo recuerde, es que al poco la compañía Long-Term Capital Management, una «hedge fund» de la que Scholes formaba parte se fue al garete y la empresa tuvo unas pérdidas de 4.600 millones de dólares. Como consecuencia de ello fue necesario un rescate para evitar un desastre en el sistema financiero estadounidense. Evidentemente los mercados financieros decidieron no comportarse tal y como el modelo predecía. 

Dicho lo cual, aprecio la calidad de este manual y de hecho es mi principal recomendación para los que quieran aproximarse a esta materia. Eso sí, recordemos que la teoría económica y la realidad económica son dos cosas algo diferentes. La sistematización del conocimiento exige simplificación y la simplificación no se suele llevar bien con una realidad tan compleja como es la de la economía.